Conferencia de María Pazos en UNED en el marco del II encuentro de la red europea Men in Care

24 de mayo de 2022

Men in Care

Hombres, mujeres y cuidados

Valladolid, Forum de Política Feminista. 2021

María Pazos Morán

De la situación económica de las mujeres a la estructura patriarcal: ¿qué lugar ocupan las diferentes manifestaciones de opresión sobre las mujeres?

El feminismo ha sacado a la luz que las mujeres proporcionan la mayoría de los cuidados en el hogar en condiciones precarias, a base de dobles jornadas extenuantes o en situación de dependencia económica, mientras que los hombres han pasado de estar ausentes a ser simples ayudantes o "pinches" en esas tareas 

Esta sobrecarga de los cuidados sobre las espaldas de las mujeres tiene su envés en la otra cara de la división sexual del trabajo: un mercado de trabajo donde las mujeres ocupan las posiciones peor pagadas y más inestables, cuando no directamente en el sector informal, mientras que los hombres obtienen los puestos más cualificados a pesar de tener menor nivel de estudios.

El resultado es una discriminación económica brutal, como se muestra en el siguiente gráfico: las mujeres son mayoría en las categorías que no proporcionan suficientes ingresos para una vida económica independiente (personas ocupadas a tiempo parcial, paradas, inactivas sin pensiones de jubilación). 

Esta situación no es independiente de todo lo demás que sucede en la vida de las mujeres. La violencia de género dentro de la pareja se da en todas las categorías sociales, pero es más persistente cuando la víctima no tiene medios para romper con su maltratador. Además, la propia dependencia económica en sí misma ya es una situación de violencia, pues las mujeres dependientes no pueden decidir sobre sus vidas.

Otras formas de violencia machista también están intrínsecamente ligadas a la situación económica de las mujeres que las sufren: la prostitución y la pornografía, los vientres de alquiler, el esclavismo laboral, son fenómenos con muchos factores determinantes, pero la pobreza de quienes están prostituidas o esclavizadas es uno fundamental.

La cuestión es: ¿cómo terminar con todos estos fenómenos? Indudablemente son necesarias las leyes abolicionistas, la penalización del alquiler de vientres y la protección de las víctimas. Pero tenemos que ir a las causas para erradicar estos fenómenos. Y la causa es el sistema patriarcal, que se asienta y se reproduce sobre una estructura económica (de la familia y del empleo) marcada por la división sexual del trabajo.

La división sexual del trabajo y el feminismo: una ojeada histórica

Desde hace más de medio siglo, las teóricas feministas han señalado la división sexual del trabajo como la marca económica del patriarcado. Sin embargo, en las anteriores olas feministas no habíamos llegado a abordar este tema en el movimiento feminista, o al menos no lo suficiente para formular el objetivo de su eliminación y para traducirlo en reivindicaciones políticas. 

Habíamos luchado por los derechos civiles (el voto, igualdad en los códigos civiles, etc.); por los derechos laborales (eliminación de las barreras de acceso a todas las profesiones, prohibición de las diferencias salariales explícitas, etc.); por el derecho al propio cuerpo (ejemplo: interrupción voluntaria del embarazo); por la eliminación de las barreras jurídicas a una vida independiente (ej: divorcio, despenalización del abandono del hogar, etc.). Pero es en el siglo XXI cuando se empieza a discutir en el movimiento feminista el objetivo de la eliminación de la división sexual del trabajo.

Es importante comprender esta evolución del feminismo. En la ola que se desarrolló hacia las décadas 1960 a 1980, las mujeres abandonamos masivamente la profesión de amas de casa de por vida para incorporarnos a la educación superior y al empleo formal. Este fue un gran avance, pero tuvimos que hacer esa experiencia para llegar a descubrir que no era suficiente. 

En efecto, con la incorporación generalizada al empleo y la ruptura de muchas mujeres con la familia patriarcal, las mujeres descubrimos las dobles  y triples jornadas, la precariedad laboral o la pobreza  de las familias monoparentales. Todos estos fenómenos ya existían, pero se generalizaron y nos hicieron comprender que, como las feministas americanas formularon, el tan deseado "having it all" (tenerlo todo) había desembocado en "having it all to do" (tener que hacerlo todo). Es decir, habíamos conseguido incorporarnos al empleo pero seguíamos teniendo que hacer todo el trabajo doméstico y de cuidados, o casi.

Lo siguiente tendría que ser el objetivo feminista de la integración de los hombres en el cuidado, pero para entonces la ola feminista se había disipado. Y, como sucede cuando las mujeres dejan de estar tomando la calle, los objetivos y las reivindicaciones feministas dejaron de avanzar. En muchos países (como España), las instituciones se adaptaron al nuevo comportamiento de las mujeres estableciendo medidas para que abandonemos nuestros puestos de trabajo cada vez que hay alguien a quien cuidar en la familia: permisos de maternidad cada vez más largos, excedencias, reducciones de jornada, etc. 

A todas estas figuras las englobaron en los mal llamados "derechos de las mujeres", que no son para atender situaciones de necesidad de las mujeres sino para que estas sigan desempeñando esa labor de cuidado. La prueba es que, cuando las mujeres que previamente se han "beneficiado" de esas "facilidades" caen en la pobreza (por ejemplo en caso de divorcio, de muerte del familiar al que estaban cuidando o de despido del puesto de trabajo), no reciben ninguna ayuda más allá de simbólicos complementos en la pensión. Recordemos: hay prestaciones para cuidadoras pero no para ex-cuidadoras.

Así, la contra-reacción posterior a aquella ola feminista cayó sobre una sociedad en la que el cambio cultural no se había traducido en modificaciones estructurales. Posiblemente esa sea una de las razones por las que el contraataque patriarcal fue tan exitoso. Durante esa época oscura, que ha continuado hasta bien entrado el siglo XXI, las feministas fueron acusadas de "intentar incluir a todas las mujeres en este mercado de trabajo machista", metiéndolas en una trampa de infelicidad y soledad; en definitiva arruinando su bienestar. Por ejemplo, un asunto muy debatido en los medios de comunicación fue que las mujeres profesionales tenían menor probabilidad de encontrar un marido; naturalmente por culpa de las feministas.

Así, los medios de comunicación difundieron una imagen de las feministas como agresivas, antimaternidad, antihombres, sin sentido del humor, solteronas amargadas, marimachos, etc. Es más, se transmitió la imagen de las feministas como insolidarias, arribistas, preocupadas por sus carreras cuando la mayoría de las mujeres no podían permitirse semejantes aspiraciones elitistas. Según esas acusaciones, mientras las mujeres de la clase obrera se desvivían en sus ocupaciones, las feministas liberales soñaban con una emancipación egoísta e interclasista.

Este mito de la superwoman egocéntrica fue muy efectivo para canalizar el miedo y la ansiedad que producía en los hombres el abandono por parte de las mujeres del rol de "mujer mujer", generosa, leal, entregada al bienestar familiar y, por supuesto, olvidada de sí misma. Los partidos conservadores aprovecharon esta reacción para multiplicar sus políticas machistas, tanto por ideología como por interés económico

Igualdad versus diferencia (desigualdad) en economía

Hoy el movimiento feminista se enfrenta a un debate muy similar al de hace más de 30 años, por no decir el mismo, aunque esta vez ya no se cuestiona el objetivo de la igualdad de oportunidades en la política sino en la economía.

En efecto, recordemos cuando muchas compañeras se dejaron convencer por las autodenominadas "feministas de la diferencia" que se oponían a la incorporación de las mujeres a "esta política machista", y por tanto a nuestras reivindicaciones de paridad en los puestos de decisión política y en las administraciones públicas. Celia Amorós hizo una labor definitiva polemizando con esas posturas a las que no llamaba "feminismo de la diferencia", por ser esta una contradicción in terminis, sino "pensamiento de la diferencia".

Durante las últimas décadas, este pensamiento de la diferencia, ya superado en el ámbito político, se ha reflejado en la postura de muchas economistas que, aún definiéndose como feministas radicales, argumentan en contra de las reivindicaciones dirigidas a la igualdad en el empleo y al reparto de los cuidados, etiquetándolas como un intento de lo que llaman “integrar a las mujeres en este mercado de trabajo machista”. Por ejemplo, Khathi Weeks se quejaba literalmente de “los discursos feministas muy consolidados que se dedican a abogar por la igualdad de oportunidades en el trabajo asalariado para las mujeres”. Otro ejemplo: Amaia Perez Orozco (2014) declara: “Frente a la crisis no queremos empleo, no queremos salario, no queremos Estado de Bienestar. Queremos cuestionar la relación salarial misma, la estructura capitalista en su conjunto”.

Una constante en estos discursos de quienes defienden la segregación sexual es la confluencia del elogio del trabajo doméstico y la denostación del trabajo asalariado. Por ejemplo, Khathi Weeks dice: “El trabajo no es la esencia de lo que significa ser humano”. No serían tan peligrosas estas afirmaciones si no fuera porque, precisamente, se dirigen a las mujeres, y no a los hombres. No deberíamos olvidar que, si queremos diluir la división sexual del trabajo, no son las mujeres sino los hombres quienes tienen que centrarse menos en el empleo. Igualmente, son los hombres quienes deben valorar más el cuidado y no las mujeres, que bastante presionadas estamos a asumirlo. ¿Por qué no se dirige este discurso a los hombres? Simplemente porque una cosa son las grandes frases y otra trascender la ideología dominante de la que estamos impregnadas hasta la médula: las mujeres, al cuidado; el empleo, mundo de hombres.

Otra característica de los discursos económicos del pensamiento de la diferencia es la ausencia generalizada de referencias a los hombres y al patriarcado. Esos discursos suelen limitarse a lo que hacen las mujeres, sin entrar en lo que no hacen y deberían hacer los hombres: asumir su parte del cuidado; eso ni se plantea.

 ¿Dónde estamos ahora? 

Estos debates teóricos que adquirieron protagonismo hacia las décadas entre 1990 y 2010 han sido en gran parte barridos por la ola feminista que ha tomado las calles en los últimos años. A nadie se le ocurriría ya ir a una manifestación y decirles a los cientos de miles de jóvenes asistentes que las mujeres no queremos empleo ni salario. Durante las olas feministas cambian los debates y nos centramos en las reivindicaciones, quedando obsoletas las resistencias a las mismas. Y, además de no cuestionarnos la incorporación de las mujeres al empleo, las feministas hemos llegado a que las mujeres no podemos tocar las campanas y estar en la procesión mientras los hombres siguen estando mayormente solo en la procesión. 

Así, la necesidad de la incorporación de los hombres al cuidado ha llegado a ser un objetivo asumido por la mayoría, aunque aún no habíamos llegado a adoptar un programa de reivindicaciones para conseguirlo. La prueba de esa asunción es que la equiparación de los permisos de paternidad a los de maternidad, emblema de este objetivo, se convirtió en una medida electoralista que ningún partido político negaba, traduciéndose en un cambio legislativo (RD 6/2019) que teóricamente se dirige a ese fin, aunque introduce trampas para invalidarlo.

Pero el patriarcado, esa hidra de las mil cabezas en palabras de Celia Amorós, como describe certeramente Cruz Leal, "envite con fuerza una vez regenerada y está dispuesta a llevarse todo por delante, civilización incluida, con tal de continuar en su objetivo de esclavizar y someter a las mujeres por el mero hecho de serlo". En efecto, la contra-reacción patriarcal ha atacado con todo su armamento, desde las agresiones directas o la utilización y perversión del feminismo para atacar a las feministas (aún con la colaboración de feministas engañadas) hasta los confinamientos que, efectivamente, le han venido muy bien para disolver no solo el feminismo sino todos los movimientos sociales que estaban en la calle. Si no lo evitamos, el mundo evolucionará de un polvorín feminista a una factoría de seres semi-robóticos estrechamente controlados; toda una demolición controlada de la civilización.

Aunque en la academia "mainstream" se olvidan las olas feministas y se obvia su inclusión en el análisis histórico, algunas teóricas feministas coinciden en afirmar que el auge fascista de los años 1930 estuvo determinado por una reacción patriarcal ante la ola feminista que estaba llegando "demasiado lejos". Igual que en 2020.

Es desgraciadamente interesante observar cómo ha cambiado el estado de opinión femenina (de la masculina ya ni hablamos) entre 2019 y 2022. La mística de la maternidad, que siempre existió, vuelve a coger fuerza; ya no resulta chocante oponerse a la ampliación del permiso de paternidad en nombre de que "una madre es una madre". Otra vez vuelven a convencernos de que mejor estamos en casita cuidando y dejando el espacio público a los hombres. Por su parte, los gobiernos vuelven a ampliar "facilidades" para que las mujeres dejen sus puestos de trabajo, no ya por matrimonio pero sí por maternidad... o incluso por la regla. todo sin que un movimiento feminista atónito y atomizado tenga fuerza para reaccionar. 

Para terminar: el programa económico feminista es más necesario que nunca (si cupiera)

En la situación catastrófica en la que nos encontramos, aparecen en primer plano las brutales agresiones a las mujeres, con la exacerbación de todos los fenómenos de opresión. Esto, explicablemente, provoca nuestra indignación. Sin embargo, es más que nunca necesario mantener la cabeza clara para formular objetivos y vías posibles y justas, más allá de las respuestas emocionales comprensibles.

Pues bien, la historia demuestra que a la igualdad solo se puede llegar por la vía de la ampliación de derechos. No se ha conseguido en ningún país que los hombres cuiden en las condiciones precarias en las que ahora lo hacen las mujeres, ni que las mujeres dejen de cuidar masivamente cuando se ven presionadas a ello. Por tanto, se impone el principio de realidad: no es posible la igualdad a la baja. Afortunadamente, esa única vía posible a la igualdad es también la única justa, tanto para las mujeres como para toda la sociedad: ampliar los derechos a todas las personas y situaciones que ahora han estado excluidas de los mismos, y atender todas las necesidades que ahora están desatendidas. Es decir, aplicar correctamente el gran principio rector de la política social: a cada cual según sus necesidades y de cada cual según sus posibilidades.

Debemos tomar nota de estas evidencias para exigir a los poderes públicos, a los partidos, sindicatos y demás organizaciones sociales, obrar en consecuencia. Por ejemplo, no se puede decir que se está por el reparto equitativo del cuidado y, a la vez, negarse a demandar que se elimine (o a eliminar, en el caso de tener mayoría parlamentaria) la prestación por cuidados en el entorno familiar (Art. 18 de la Ley de Dependencia). Quienes mantienen esa postura, ¿qué vía proponen para el reparto equitativo de los cuidados? ¿Cómo harían que hubiera tantos hombres como mujeres cuidadoras 24 horas al día durante 365 días al año por una paguita, o aunque esa paga aumentase? Se han llegado a idear campañas para que los hombres se tomen excedencias no pagadas y otros derechos precarios, pero nunca se ha conseguido y no se conseguirá, además de que es injusto pretenderlo. Lo que se necesita es coherencia y valentía para dar ese golpe de timón que necesitamos.

Para conseguir una sociedad sin roles de género (sin patriarcado, sin división sexual del trabajo), se necesitan tres condiciones, que dan lugar a un programa de reivindicaciones, como se muestra en la tabla siguiente:

Condiciones para un sistema de empleo/cuidados igualitarioAlgunas reivindicaciones clave
1) Que los hombres cuiden igual que las mujeres- Permisos iguales, intransferibles y pagados al 100% para cada persona progenitora en caso de nacimiento o adopción de una criatura, tal como propone la PPIINA- Eliminación de todos los permisos que no estén pagados al 100% y con reserva del puesto de trabajo (excedencias y permisos mal pagados, que se toman las mujeres y no los hombres)
2) Sistema de servicios públicos suficientes y de calidad para la educación infantil y la atención a la dependencia- Universalización del derecho a la atención suficiente y de calidad por parte de los servicios públicos en caso de dependencia- Derecho a la educación infantil pública y gratuita desde los 0 años
3) Empleo estable, con horarios racionales y con plenos derechos para todas las personas- Jornada máxima a tiempo completo de 35 horas semanales con cómputo semanal- Eliminación de los incentivos al empleo a tiempo parcial con reducción de salario (tanto en forma de "derechos" a reducción de jornada por razones de cuidado como en forma de incentivos a las empresas para la contratación a tiempo parcial)

Estas tres condiciones son cruciales para posibilitar que todas las personas se incluyan en el cuidado al mismo nivel de corresponsabilidad; que todas las personas sean independientes económicamente durante toda su vida; y que todas las personas con necesidades de cuidado sean atendidas. En el mercado laboral, la igualdad en el cuidado eliminará una causa fundamental de discriminación, pues al ausentarse los hombres en la misma medida que las mujeres, se eliminará la etiqueta de "menos disponible para el empleo" que portamos todas las mujeres ante las empresas.

Evidentemente cualquier persona debe ser libre para decidir cuidar a tiempo completo y depender económicamente de otra persona, pero se trata de que nadie se vea presionada a hacerlo por la falta de otras alternativas y/o por incentivos económicos. Es importante subrayar, a este respecto, que en los países en los que se han puesto las condiciones para que todas las personas sean independientes económicamente (los países nórdicos), es insignificante el número de personas que optan por esa situación de dependencia. 

Ojalá el movimiento feminista mundial aborde el debate del programa económico feminista que necesitamos para ese salto necesario. No nos engañemos, esto es extremadamente difícil, por no decir imposible, si el movimiento feminista no recupera las calles. En cualquier caso, las feministas no podemos hacer otra cosa que seguir trabajando, tanto para romper las políticas confinatorias que han quebrado la ola feminista como para mejorar las condiciones de todas las mujeres.  

Post-data: una reflexión personal

Quisiera terminar estas notas con una reflexión a la que he llegado después de muchos años de dedicación a la investigación, docencia y activismo feminista. Las reivindicaciones feministas correctamente formuladas siempre han hecho avanzar a la humanidad, haciendo la sociedad más democrática, más justa, menos violenta. Y esto se aplica en particular a las reivindicaciones económicas feministas que, como he señalado, siempre deben ir en la dirección de conceder derechos humanos/sociales a quienes no los tienen; nunca en la de rebajarlos.

Sin embargo, esta realidad está oscurecida por la ideología patriarcal dominante, que invisibiliza los derechos y las necesidades de las mujeres, a la vez que falsea todos los conceptos de justicia, cohesión social, etc. Así, muchas personas están convencidas de que las criaturas tienen que estar las 24 horas del día con su madre durante el primer año de vida o más (en países como Alemania son tres años).

Esas personas dicen que eso es lo bueno para las criaturas, y no ven la importancia de que los padres se queden al cargo de los bebés durante un periodo. ¿Pero qué modelo de sociedad está detrás de esa concepción? Las feministas sabemos que los derechos de la infancia no se limitan a la lactancia materna, que es lo que aparece en primer y casi único plano en estos debates. Sabemos que lo peor para las mujeres y para las criaturas es la familia patriarcal, que es la primera escuela de desigualdad. Sabemos también que la sociedad no se beneficia del sufrimiento de las mujeres, que no es armonía ni cohesión social la que está basada en ese sacrificio, por mucho que la ideología patriarcal dominante nos diga lo contrario.

Pero, y esta es la convicción a la que he llegado, ser feminista es una pulsión. Diferentes personas tienen diferentes objetivos, y hay personas a las que la liberación de las mujeres no les mueve. Tenemos que aceptar que es así y que es muy difícil llegar a conclusiones comunes desde objetivos diferentes.

Por eso, me dirijo a las mujeres que os sentís feministas. Porque entre nosotras, desde ese objetivo común de la eliminación del patriarcado, solo nos queda debatir para conocer cuáles son los efectos de unas y otras políticas, y así llegar a ese programa económico feminista. Solo es necesario estudiar las experiencias ya existentes y los trabajos que, basados en esa evidencia empírica, nos muestran el camino, por muy escarpado que este camino se presente. 

Por el otro lado, observo entre las feministas muchas posturas basadas más en la emocionalidad que en un análisis ecuánime. Siendo comprensible la indignación, la ira y la frustración no nos conducen a nada bueno. La ira nos ciega y nos confunde, nos lleva a posiciones reactivas pero no prácticas ni beneficiosas. La ira es mala para nosotras y para todas las personas hacia las que la dirigimos. Deseo que todas abracemos y transformemos esa ira en amor. Solo así podremos avanzar personalmente y tener la cabeza clara para trabajar por la sociedad feliz que deseamos. Y, sobre todo, solo así disfrutaremos del momento presente. Parafraseando a Emma Goldman, si no podemos bailar no es nuestra revolución.

Corresponsabilidad para una igualdad real
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